Ilse Koch. La zorra de Buchenwald.


En esta siguiente entrega del
diario de Ro, vamos a ser conscientes de que, si creíamos conocer ya
con María Mandel e Irma Grese— el lado más terrorífico del mal, estabamos muy equivocados ya que aún nos queda muchísimo por conocer. Preparaos porque esta nueva entrada va a ser, cuanto menos, intensa y sobrecogedora. Conozcamos al demonio hecho carne. Conozcamos a la diavólica Ilse Koch.


Margarete Ilse Köhler nació en Dresde (Sajonia) un 22 de septiembre de 1906. Al pertenecer a una familia de clase media, Köhler pudo disfrutar de una infancia y juventud bastante agradable y acomodada. De carácter tranquilo y responsable, Ilse pronto se convertiría en una de las chicas más populares de su escuela. Una etapa, la escolar, que no le duraría mucho, abandonándola cuando contaba unicamente con 15 años de edad.


Desde entonces, Ilse trabajó en una factoría y, posteriormente, en una librería en su misma ciudad, Dresde. Fue precisamente ahí donde comenzó su incursión en el oscuro mundo de las SS.  Muchos nazis acudían a su librería para adquirir volúmenes que tenían que ver con el universo del Tercer Reich, e Ilse empezó a interesarse por ellos.


Una década más tarde, en 1932, Köhler finalmente se afilia al Partido Nazi Oficial, siendo una de las primeras mujeres en formar parte de sus filas. Sin embargo, si hubo un punto de inflexión hasta entonces, para ella, este fue en 1934, cuando logra robarle el corazón teniente de las SS Karl Otto Koch, quién se convertiría en su esposo y gran maestro en cuanto a vejaciones, suplicios, torturas y demás prácticas que, no mucho más tarde, llevaría a cabo con asombrosa frialdad.


Este matrimonio pudo formalizarse una vez ambos contrayentes habían sido intensamente investigados sobre sus antecedentes judíos. Y, como ninguno de ellos lo tenía, la pareja, al fin, pudo contraer matrimonio. Un enlace caracterizado por realizarse llevando a cabo todos los rituales y liturgias propias de aquellos novios que pertenecían a las SS.


Un año después de la citada boda, en 1938, el matrimonio Koch se traslada a las inmediaciones del segundo campo de concentración más grande y temible —solo por detrás de Auschwitz-Birkenau— de todo el Tercer Reich, el campo de concentración de Buchenwald. Pongamos un poco en contexto como estaba organizado este terrorífico campo:


El campo de concentración de Buchenwald se dividía, como Auschwitz-Birkenau, en tres secciones principales: el gran campo, donde se alojarían a los prisioneros más veteranos; el campo pequeño, donde se destinarían a todos aquellos prisioneros que se encontraran en cuarentena; y el campo formado por tiendas de campaña, donde se afincaría a todos aquellos presos polacos que fuesen capturados.


Si por algo pasó a la historia Buchenwald, fue por los experimentos médicos que, sobre sus prisioneros, se llevaban a cabo. Esterilizaciones —por supuesto, sin anestesia—, inyecciones experimentales, pruebas de resistencias al dolor, etc, son algunas de las maquiavélicas prácticas que allí se perpetuaron.


A pesar de lo tétrico que pueda resultar este enclave, lo cierto es que los Koch se adaptaron a la perfección. Sus primeros años como comandantes del campo trascurrieron con cierta normalidad. El matrimonio se dedicó a su vida conyugal y a perpetuar su descendencia. Tres son los hijos que nacieron fruto de esta unión, Artwin, Gisele y Gudrun, quien moriría de forma repentina cuando aún era muy pequeña.


El matrimonio Koch con dos de sus hijos.



Esta aparente tranquilidad de la que hablo no duraría mucho. Y digo aparente porque, aunque el sadismo de la pareja no hubiese llegado aún a los límites que lo haría poco después, de sobra eran conocidas sus maneras de proceder y de torturar a aquellos presos que tenían la desgracia de caer en sus manos.


El verdadero terror comenzó cuando sus hijos fueron un poco más mayores y sus progenitores pudieron volver a sentir más su independencia respecto a los cuidados de sus infantes. Y es que, lo cierto es que la maternidad, al contrario de lo que todos podríamos pensar, no había ablandado el ya complicado carácter de nuestra protagonista, sino que lo acrecentó, volviéndose aún más si cabe, colérico, sádico y degenerado.


El origen del horror fue la casa de los Koch, más conocida como “Villa Koch”, situada cerca, muy cerca, del propio campo de concentración donde ambos trabajaban.


Dentro del hogar familiar, el matrimonio mandó a construir una habitación que funcionaría como un auténtico picadero. Una estancia de unos 40X100 metros de extensión y unos 20 metros de altura, que fue testigo de innumerables orgias y torturas que, cuando las llevaba a cabo con prisioneros, a menudo, acababan en la muerte.


Como ya se puede presuponer por lo que acabo de apuntar, Ilse Koch tenía una verdadera obsesión por el sexo. Por las noches organizaba orgías lésbicas con las esposas de otros oficiales nazis y, en otras ocasiones, las organizaba para mantener relaciones sexuales con otros subordinados del cuerpo. La “zorra de Buchenwald”, como se le acabó conociendo, llegó a mantener relaciones sexuales hasta con doce personas a la vez dentro de aquel tétrico cuarto.


Pero el sexo no fue lo único que obsesionó, de manera enfermiza, a este verdadero demonio, también lo hizo la belleza y el lujo desmedido.


Si echamos un poco la vista atrás, con nuestras antiguas protagonistas, pertenecientes también al lado del mal, ya pudimos comprobar cómo detrás de rostros bellos —y hasta angelicales— se escondían el odio y el sadismo más absoluto, y en el caso de Ilse no iba a ser menos. Koch era una mujer tremendamente guapa y atractiva, sus llamativos —y largos— cabellos cobrizos y sus impactantes ojos verdes, llamaban la atención de cualquiera, y ella lo sabía. Y le obsesionaba hasta tal punto que Ilse tenía un preso al que consideraba su peluquero particular, quien era obligarlo a peinarla de manera excelente absolutamente todos los días. También era frecuente en ella el bañarse en vino o en aplicarse ralladura de limón por la piel.


Una obsesión por el aspecto físico que no solo iba a quedarse en su aplicación sobre sí misma, sino que, pronto, comenzaría a torturar y flagelar a todos aquellos presos que ella considerase poco agraciados.


Pero si su obsesión por el sexo, la belleza, el lujo o las torturas no fuese suficiente, aún nos queda por descubrir un aspecto más inquietante de su horripilante personalidad, su predilección por la piel humana tatuada.


Si algo le divertía más que la multitud de torturas y vejaciones a las que sometía a sus presos, eso era extraerles la piel tatuada, incluso, a veces, mientras estaban vivos, para ella coleccionarlas.


En su casa familiar podían encontrarse lámparas, zapatillas, guantes, bolsos, tapices o cojines confeccionados con piel humana. Pero el salvajismo de Koch no acababa tampoco ahí, dentro de su hogar, también podía encontrarse dedos que ejercían las funciones de interruptores, cabezas humanas de presos, etc.


Restos humanos encontrados en la casa familiar de los Koch.


Como sería el nivel de deshumanización, ya no solo de Ilse, sino del matrimonio en general, que incluso desde el corazón de las SS se les ruega clemencia y prudencia a ambos dos y, sobre todo, que limiten la publicidad que hacían de los abusos, excesos y atrocidades que continuamente perpetuaban.


Unos ruegos ante los cuales, tanto Ilse como su marido hicieron oídos sordos, provocando que su propio partido iniciase investigaciones contra ellos.


Es en este momento en el que estallaría la realidad de este matrimonio por los aires. Durante un registro sorpresa en el hogar familiar, se encontraron pruebas contundentes sobre la corrupción, el robo y la malversación que los Koch venían realizando durante los últimos años.


Ante estas evidencias, Ilse, en vez de hacer piña con su marido e intentar buscar una solución o inventar evasivas, se puso totalmente en contra de él, señalándole como único autor material de todos los hechos y acusándole de haberla mantenido engañada.


Pero ni eso, ni sus posteriores intentos en afirmar que se les estaba acusando en falso —volviendo a ponerse del lado de su marido—, ni sus múltiples cambios de versión, consiguieron empañar las evidencias de fraudes masivos, apropiación indebida y asesinatos y torturas no autorizadas que se ceñían sobre la oscura pareja.


Sin embargo, y a pesar de que todo este escándalo llegó a oídos del propio Himmler, gracias a la protección que este le dio al matrimonio, todo esto se quedó, únicamente, en el traslado del marido de Isle a un nuevo campo, esta vez de exterminio, el de Majdanek, en 1942.


Sin embargo, aunque en secreto, algunos de los abogados de las SS, no contentos con la resolución de la trama, siguieron investigando, obteniendo pruebas todavía más concluyentes las cuales no dejaban ningún lugar a dudas.


Con toda la documentación encima de la mesa, a Himmler solo le quedó rendirse ante la evidencia, cediendo a que el matrimonio Koch fuera juzgado por todos los casos que se le imputaban, entre los que primaban la malversación sobre los asesinatos, algo que llama poderosamente la atención.


Tras los diferentes juicios a los que fueron sometidos los Koch, la suerte que correría cada uno de ellos iba a ser totalmente distinta. Mientras que Karl fue sentenciado a muerte —siendo ejecutado en 1945—  Ilse fue puesta inmediatamente en libertad.


A partir de entonces, comienza una nueva vida para la también conocida como la “bruja de Buchenwald”, quien cambiaría su nombre al de Frau Shade para pasar inadvertida.


Sin embargo, no mucho le duró a Ilse su nueva identidad ya que, en 1945, tras el derrocamiento del gobierno alemán, esta ex comandante nazi fue encontrada, y de nuevo detenida, esta vez por las tropas aliadas.


Para la sorpresa de Koch, en esta ocasión no iba a ser acusada por temas económicos, ni por estafas, iba a ser inculpada por infinidad de torturas y asesinatos perpetuados en el campo de concentración donde tantos años había vivido y donde tantos presos la habían sufrido.


Ilse Koch fichada una vez detenida.


Tras pasar un tiempo en la prisión de Forman Kaserne, en Ludwigsburg (Alemania), fue trasladada a las dependencias del antiguo campo de concentración de Dachau, donde de nuevo le salpicaría el escándalo al quedarse embarazada, no sé sabe a ciencia cierta de quién.


En 1947 comenzó el juicio en el que, entre otros acusados, estaba Ilse, quien tuvo que escuchar numerosos testimonios, además de ser consciente de todas las pruebas que tenían sobre ella.


Cuando llegó su turno de palabra, Isle Koch lo negó absolutamente todo. Declaró que ella, en ningún momento portó látigo alguno, que en su casa era imposible que se hubiese encontrado ningún artículo fabricado con piel humana e, incluso, afirmó categóricamente que ella no era conocedora de las aberraciones que sucedían dentro del campo, así como también negó de forma tajante que hubiese existido ningún picadero ni que ella hubiese participado nunca en ningún escándalo sexual.


A pesar de sus esfuerzos, ninguna de las mentiras ni evasivas aportadas durante el juicio por Ilse tuvieron efecto alguno. Las evidencias, los testimonios y las pruebas era irrefutables y, finalmente, la “zorra de Buchenwald” fue condenada cadena perpetua.


Sin embargo, esta historia no acabaría aquí, ya que el abogado de la viuda Koch presentaría, tras esta sentencia una controvertida, “petición de clemencia”. Tras varios meses de revisión, la pena de nuestra protagonista se vería reducida a, únicamente, cuatro años de prisión que, incluyendo en ella el tiempo que ya llevaba entre rejas, le permitía, de manera inminente salir de prisión.


Sin embargo, su libertad no duraría mucho, más bien nada, ya que, a la salida de su prisión en EEUU —donde tiempo atrás fue trasladada—, guardias alemanes estaban esperándola para volver a llevarla a Alemania donde, de nuevo, se le iba a juzgar. Un nuevo juicio del que, esta vez sí, no tendría escapatoria.


En 1951, volvió a ser condenada a cadena perpetua, esta vez de manera definitiva. Una condena que Ilse jamás cumpliría al acabar con su vida en su propia celda en 1967. No hubo signo de arrepentimiento alguno ni en sus últimos días de vida, solo quedó de esta depravada nazi una carta que rezaba: “no hay otra salida para mí, la muerte es mi única liberación”. 


Y hasta aquí la terrible historia de una de las figuras más despreciables de todas las que he conocido hasta ahora. Y también una de esas de las que despierta la rabia y la indignación por cómo se procedió con su caso.


A manos de este monstruo murieron aproximadamente 5000 presos, los cuales se merecen que se recuerde lo que pasó con ellos. Porque no, no simplemente desaparecieron, ni únicamente murieron, es que sufrieron lo indecible a manos de demonios como este por el simple hecho de tener una religión diferente, y eso… eso no se puede volver a permitir.


Una vez más, gracias por estar ahí, al otro lado del “diario de Ro”, descubriendo a estas personalidades que, sin duda, no dejan indiferente a nadie. Antes de despedirme, os dejo, como siempre, material adicional para que, si os parece, investiguéis más en la vida de este personaje.


Un saludo, y hasta muy pronto.


Recomendaciones adicionales:

  • Libro 1: Mónica G. Álvarez. (2012). Guardianas nazis: el lado femenino del mal.  Edaf.
  • Libro 2: Whitlock, F. (2011). The Beasts of Buchenwald: Karl & Ilse Koch, Human-skin Lampshades, and the War-crimes Trial of the Century. Cable Pub Inc.
  • Libro 3: Hernández, J. (2020). Bestias nazis: Los verdugos de las SS (general) (2.a ed.). Melusina.