María Mandel. La bestia de Auschwitz.

          

 


Esta entrada del “diario de Ro” ha sido, de todas las que llevo escritas hasta ahora, la más intensa, pero con diferencia. Su protagonista es la misma de la que hablaré en el siguiente programa de “mujeres en la Shoá: ángeles y demonios” el cual, como ya sabéis, realizo en Radio Sefarad. Ella ha sido la primera figura femenina, perteneciente al lado “del mal”, que he investigado en profundidad, la cual puede definirse —en pocas palabras— como el horror y la crueldad hecho mujer. Ella es… María Mandel.


Si a través de las palabras de Ana Frank pudimos conocer cómo era el día a día de los judíos que se vieron obligados a esconderse para sobrevivir y, de la mano de Irena Sendler, pudimos comprobar las repulsivas condiciones de vida a la que condenaban a la comunidad judía en los guetos, con María Mandel vamos a descubrir el trato que se les infligía a los deportados en los campos de concentración y exterminio que proliferaron durante la Segunda Guerra Mundial en gran parte de Europa.


La primera vez que oí hablar de María Mandel fue mientras leía Postales del Este, de Reyes Monforte. A raíz de ahí no pude parar. Creo que la incredulidad se apoderó de mí, y por más abrumadoras que estaban siendo las informaciones que sobre ella iba recabando, más quería saber para intentar llegar a comprender a la denominada como “la bestia de Auschwitz”. Y qué ilusa... No tardaría en darme cuenta que aquello iba a resultar totalmente imposible.


Después de haber leído, investigado, y tras haberme quedado sin aliento en más de una ocasión —y en más de dos—, espero, a través de esta publicación poder haceros una radiografía bastante representativa de quién fue esta “mujer”. Eso sí, os hago un pequeño spoiler, es imposible encontrar nada que justifique hasta donde llegó el sadismo impartido por la que es, sin duda, uno de los peores verdugos de todo el Holocausto Nazi.


Sin más dilación, comencemos con la oscura historia de “la bestia de Auschwitz”,. Conozcamos a María Mandel.


María Mandel nació en Münzkirchen —un pequeño pueblecito del antiguo imperio austrohúngaro— el 10 de enero de 1912. Su familia era bastante modesta y de las más queridas del pueblo.  En cuanto a sus progenitores, su padre —Franz Mandel— era zapatero, y su madre —Anna Strobl— se dedicaba, laboralmente, a desarrollar labores relativas a la herrería.


Tanto María, como sus padres y sus tres hermanos mayores, profesaban la religión católica. Eran practicantes, integrando esta religión en su día a día como una constante.


Debido a la favorable posición de la que disfrutaba su familia, María gozó, durante toda su niñez y su adolescencia, de una educación exquisita y de una atención casi aduladora de todos los que la rodeaban.


Esta casi admiración no solo le era proferida por sus familiares, también por todos aquellos que la trataban, motivada no solo por su arrolladora y zalamera personalidad, sino también por su atractivo físico.  María era alta, de tez pálida, rubia y con enormes ojos azules. Todo un ejemplo de lo que debía ser la mujer perfecta dentro de la raza aria tan ansiada y aclamada en aquellos momentos. Imposible pasar desapercibida.


Sin embargo, más pronto que tarde, habría alguien con la que esta “angelical” joven comenzaría a llevarse —una vez finalizado sus estudios—realmente mal. Esta persona no fue otra que Anna, su madre.


Una relación materno filial que se desgastó y empeoró tanto que María, al ver como la situación se tornaba a insostenible y, al no encontrar ningún trabajo decente en su pueblo natal, decide trasladarse en 1929— a Suiza, donde intentaría empezar una nueva vida alejada de todos estos problemas familiares que le sumieron en una tristeza, hasta ahora, sin igual.


Sin embargo, su tiempo fuera de casa no duraría mucho. Su padre pronto reclamaría la ayuda de su hija favorita ante el grave empeoramiento de salud de su madre.


Cuatro años más tarde, nuestra protagonista volvería a mudarse, esta vez a Innsbruck —al oeste de Austria— una vez su madre había mejorado.


Tras trabajar en varias casas como asistenta, en 1937, consigue el que sería su primer trabajo considerado “profesional”, el de funcionaria administrativa en las oficinas de correos. Eso sí, esta vez —de nuevo— en su propia localidad.


Y aquí viene uno de los datos más curiosos —por denominarlo de alguna manera— y controvertidos de la vida de esta sanguinaria. Y es que, después de tan solo poco más de un año, María sería despedida por ir en contra de los ideales típicos del nacional socialismo. Una cuestión bastante irrisoria ya que, finalmente, Mandel acabaría no solo sucumbiendo a este ideal sino extrapolándolo, además, a su máxima potencia.


El primer contacto que María Mandel tuvo con el mundo de los campos de concentración y exterminio fue, en 1938, cuando —gracias a uno de sus tíos— comenzó a trabajar como guardiana en la prisión de Lichtenburg (Sajonia). En esta localización, nuestra protagonista solo trabajó durante apenas un año al ser trasladada, en 1939, al campo de concentración alemán de Ravensbrück, centro cuyas internas eran —en su inmensa mayoría— mujeres judías y de la resistencia polacas, encerradas allí por orden directa del canciller alemán.


Grupo de presas en uno de los barracones de Ravensbrück



En “el Puente de los Cuervos”, como pasó a conocerse este campo, Mandel pronto destacó, encandilando a todos sus supervisores. Llamaba la atención no solo por su ya mencionado—y  agradable— aspecto físico, sino por las impactantes aptitudes y actitudes que esta joven, de tan solo treinta años, mostraba en sus labores y en el desarrollo de sus funciones.


Si a lo que acabo de comentar, le sumamos las extralimitaciones que ella misma se permitía para/con sus presas, y la gran severidad que la comenzaba a caracterizar, obtenemos un acceso casi veloz de Mandel a supervisora senior en 1942.


A partir de entonces —y gracias a este respaldo y reconocimiento otorgado a María por parte de los altos cargos de las SS— nada pudo frenar el exponencial aumento de su depravado carácter que, ya entonces, comenzaría a caracterizar a uno de los personajes bélicos más atroces de la Segunda Guerra Mundial.


Una de las terribles actividades que esta guardiana nazi llevó a cabo en Ravensbrück, fue la de poner en marcha un bunker de castigo dividido en tres secciones: la primera de ellas, destinada a todas aquellas reclusas que habían cometido diferentes crímenes dentro del propio campo; la segunda, destinada para aquellas presas acusadas de crímenes políticos; y, la tercera, cuyas destinatarias serían las denominadas “presas especiales”. 


Dentro de estas instalaciones, Mandel humillaba a las presas allí encerradas degradándolas, en todos los sentidos inimaginables, mediante palizas, torturas, flagelaciones, etc. Y todo ello para que, las que sobrevivían a estos castigos, acabaran siendo condenadas a muerte.


Su inflexibilidad, su salvajismo, y su ausencia de moral y remordimiento, demuestran que Mandel estaba poseída e intoxicada por su propia autoridad, llegando hasta tal punto que no necesitaba excusa alguna para ordenar que torturaran hasta la muerte a quien a ella se le antojara. Bastaba con que alguna de sus “mascotas judías” —como ella misma definía a sus presas— la mirara a los ojos, tosiera a su lado, se tropezara o, por mala suerte del destino, cayera al suelo ante los ojos de esta despiadada guardiana.


Hay infinidad de testimonios de presas, de cualquiera de los campos en los que trabajó Mandel, que respalda todo lo que he comentado hasta ahora. Por ejemplo, son bastante esclarecedoras las declaraciones realizadas por Helena Tyrankiewiczowa —presa 7604 del campo de concentración de Ravensbrück—, las cuales paso a citar a continuación y que clarifica todo lo comentado hasta el momento:


“(…) La hermosa María Mandel, sedienta de sangre y antijudía, por supuesto. Animal resistente, de naturaleza hermosa, siempre enfadada; pantera de cabellos dorados con ojos relucientes; lince que sabe llegar silenciosamente por detrás, donde nadie lo espera, y golpear con mano de acero, contra el suelo, pero con un golpe fuerte”.


Otro testimonio bastante ilustrativo de la situación a la que Mandel condenaba a sus presas  es el de la española Neus Catalá, quien afirma recordar cómo el frío y la muerte asediaban, por igual, a todas las presas de aquel campo. Unas circunstancias extremas que se complicaban, aún más si cabe, cuando María Mandel las obligaba a pasar noches y noches a la intemperie, llegando a alcanzar menos treinta grados bajo cero, ataviadas simplemente con su—de sobras conocido— pijama de rayas. No era de extrañar que las fallecidas por hipotermia se contaran por decenas, días sí y días también, entre las alambradas de aquel infierno helado.


Sin embargo, la personalidad de María Mandel no acababa ahí. Había un ámbito laboral que le llamaba especialmente la atención, el mundo de la medicina. Llegó a presenciar —y a participar—, junto a los principales doctores que trabajaban en Ravensbrück, terribles experimentos médicos como: fractura de huesos y músculos, retrasos en el periodo, infertilidad, amputaciones, desgarros, y un largo y desagradable etcétera que no voy a reproducir. Como tampoco voy a especificar, de manera más cruda, las atrocidades médicas que, tanto estos médicos como Mandel, infligieron sobre las mujeres embarazadas fuera cual fuese sus estados de gestación. Sin duda, este es de los aspectos más duros de todos los que envuelven a “la bestia de Auschwitz” de todos los que he leído hasta el momento.


Un nivel infinito de sadismo que vuelve a contrastar con otro aspecto de la personalidad de este maquiavélico personaje. Y es que, María Mandel, asesina y cruel sin ningún tipo de escrúpulos —como ya hemos podido averiguar— se caracterizaba, también, por ser presumida y coqueta hasta decir basta. Le encantaba ir peinada y maquillada de manera impoluta, acompañando su inmaculado atuendo con unos llamativos guantes blancos, siempre intactos. La función de este singular complemento era que le producía un placer sin igual verlos llenos de sangre judía, fruto de cualquiera de las continuas torturas que infligía  sobre sus presas.


Continuando con su línea de vida, y siendo testigos de su ya entonces elevadísimo nivel de deshumanización, llega su traslado a Auschwitz, el peor campo de concentración y exterminio de todo el Tercer Reich. Las presas que allí tuvieron la mala suerte de coincidir con ella, afirmaban que María Mandel era el infierno hecho carne. Y es que, desde el siete de octubre de 1942, nuestra vil protagonista, se convertiría en la supervisora de la parte femenina de este campo, para desgracia de todas sus presas.


Presas de Auschwitz



Este cambio laboral supuso un gran avance en su carrera, y todo un honor para sus nuevos compañeros y compañeras de trabajo. Esto era así porque, su tétrico historial laboral, hacía que sus iguales la vieran como un modelo a seguir, sobre todo, para el resto de mujeres que, de una forma u otra, formaban parte del ejército nazi.


Su llegada Auschwitz supuso todo un reto para ella. Una vez allí, una de sus primeras acciones fue la de gestionar la creación, en el mastodóntico Birkenau, de una zona exclusiva donde encerrarían, únicamente, a mujeres y niños. En total, se acabó trasladando a estas nuevas instalaciones, aproximadamente, a 13.000 de ellos.


Con su nueva sección puesta en marcha, su infinita melomanía se manifestó implantando allí mismo otra de sus pasiones, la música clásica. Su obsesión por este estilo de música, la llevó a crear en Birkenau la primera —y única— orquesta femenina de este campo de exterminio.


Las internas seleccionadas para formar parte de esta agrupación musical eran obligadas a tocar cada vez que a los altos cargos nazis se les antojase. Esto solía pasar, por ejemplo, cuando una nueva selección se dirigía a la cámara de gas, cuando se producía alguna ejecución a vista de todos o para amenizar las constantes torturas que allí se sucedían.


Sus integrantes debían ser mujeres cualificadas, con amplios conocimientos en instrumentología, las cuales debían tocar sin parar para perfeccionar su técnica y así tener contentos a los comandantes de las SS. 


Las instrumentistas dormían en un barracón propio, con unas circunstancias sensiblemente más favorables que las que sufrían el resto de las presas. Sin embargo, si en algún momento dejaban de tocar, o lo hacían de manera negativa, estas pequeñas ventajas se tornaban en la brutalidad con la que María Mandel las castigaba ante sus posibles y en la mayoría de ocasiones, insignificantes— errores.


Alguna de las personalidades que formaron parte de la orquesta musical de Auschwitz fueron: Fania Fénelon (al piano), Alma Rose (a la viola), Anita Lasker-Wallfisch (al cello) o Esther Bejarano (al acordeón).


La exigencia de Mandel sobre las “músicas” llegó hasta tal punto que tocaron piezas de tal envergadura como fragmentos de óperas de Wagner, valses de la familia Staruss, el primer movimiento de la Quinta de Beethoven, fragmentos de la Novena de Dvorak y algo de Schumann, Verdi o Chopin.


Avanzando un poco en el tiempo, y llegando ya a 1944, el implacable trabajo de esta guardiana nazi volvió a verse recompensado, recibiendo esta vez la condecoración de la Cruz al Mérito Militar de Segunda Clase, uno de los reconocimientos más importantes de aquellos que otorgaba el ejército de Adolf Hitler.


Meses más tarde, tras haber sido condecorada, Mandel es trasladada a un subcampo de Dachau concretamente Mühldorf, donde permanecería hasta que los aliados liberaran los campos una vez Alemania perdiese la Segunda Guerra Mundial.


Grupo de presas en Dachau


Mandel, al ser consciente de la inminente liberación de los campos, decidió huir a través de las montañas del sur de Baviera destino a su ciudad natal, en Austria. Sin embargo y afortunadamente, la bestia de Auschwitz fue capturada por el ejército americano el 10 de agosto de 1945.


Tras su detención, Mandel permaneció un año encarcelada y sometida a infinidad de interrogatorios hasta que, en 1946, la ya ex guardiana nazi fue extraditada a Polonia donde, tras esperar otro año más en 1947sería condenada a muerte a la edad de 36 años.


María Mandel en los juicios de Cracovia donde fue condenada a muerte



De nada le sirvió intentar amparar todos sus actos bajo el pretexto de seguir órdenes, ni siquiera le valió el intentar culpar de todas sus atrocidades a otros comandantes del campo. Y es que, los desgarradores testimonios de las supervivientes que la sufrieron fueron del todo esclarecedores y concluyentes. 


Y como no existía lugar a dudas,  María Mandel fue declarada culpable directa de la muerte de medio millón de personas entre los cuales, la inmensa mayoría, eran mujeres y niños.  Siendo estos últimos otro de los destinatarios de su odio más extremo, llegando a realizar afirmaciones como la siguiente, la cual cito textualmente:


 “Hasta un niño en la cuna debe ser pisoteado como un sapo venenoso”. “Entiendo que usted sueñe con una patria, pero recuerde que no hay vida para los que se rinden”.


Y aunque sí que hay testimonios en los que, por ejemplo, se cuenta como Mandel, a pesar de su odio desmedido hacia los infantes judíos, se encariñó con un  niño gitano en Birkenau, también se narra que un día, precisamente, fue ella misma quien acompañó a este pequeño, llevándolo de la mano, a la cámara de gas.


Tras todo lo ya conocido sobre “la bestia de Auschwitz” queda claro que sus acciones —en cuanto a crueldad—, como mínimo, se asemeja bastante a la de sus archiconocidos homólogos masculinos como pueden ser Mengele, Himmler, Eichmann o Hoff.


Llama poderosamente la atención como su nombre, y su historia, ha pasado bastante más desapercibida que la de los criminales que acabo de citar cuando, como también acabo de apuntar, la gravedad me parece prácticamente la misma, habiendo hecho también, nuestra protagonista de hoy, méritos más que de sobra para ocupar un papel protagonista en la historia del Holocausto. 


Una historia —la suya— que debe conocerse, precisamente, como ejemplo de lo que no se debe permitir y para  conocer el tipo de personalidades que no se deben tolerar.


Y hasta aquí mi entrada de hoy. Espero, sobre todo, que hayáis aprendido, que os haya sorprendido y que os haya animado a conocer más sobre este terrible personaje que, recuerdo, acabó directamente con la vida de medio millón de personas. Que se dice pronto. Un personaje cuyas ansias de poder y cuyo odio acabó con todo vestigio de su humanidad.


Como siempre, paso a recomendaros una serie de libros, películas y documentales que os ayudarán a conocer la vida y la sádica obra de la “bestia de Auschwitz”, todo un ejemplo de lo que nadie, absolutamente nadie, debería siquiera imaginar ser o hacer.


Un saludo enorme y, como siempre, gracias por permanecer ahí, al otro lado de la pantalla, viviendo conmigo “el diario de Ro”. Hasta la próxima.


*Recomendaciones de libros y películas para conocer un poco más a María Mandel.

-Película: Había que sobrevivir (1980).  Daniel Mann, Joseph Sargent

-Libros: 

     .Mónica G. Álvarez. (2012). Guardianas nazis: el lado femenino del mal.  Edaf. 
     .Reyes.Monforte. (2020). Postales del este.  Plaza y Janes Editores.