"El Zoo de Varsovia: el Zoo de la esperanza"


Hoy es, para infinidad de personas, un día muy especial. Durante el día de hoy se conmemora el 79 aniversario de la liberación de los campos de exterminio, y con ello, el inicio del fin de la Segunda Guerra Mundial. Y, como cada año, este es mi pequeño granito de arena para homenajear a los millones y millones de personas que la sufrieron, padecieron y, sobre todo, que perecieron en ella. 


Como primer dato "curioso" que quiero aportar en esta nueva entrada, es que hoy también se cumplen 19 años desde que se conmemora el fin del Holocausto en España. Solo 19 años de los 79 que hace desde que se puso fin a tal barbarie, algo que me parece, cuanto menos, sorprendente y que se debería de valorar. ¿Qué pasa con el revisionismo histórico en España?, ¿de qué tenemos tanto miedo? Ojalá estuvieramos al nivel de otros paises en este tema, aunque me temo que aún estamos a años luz de todos ellos. 


Debates aparte, y continuando con el pequeño homenaje que deseo hacer tal día como hoy siempre con el mayor respeto posible deseo hacerlo poniendo en valor alguna de las muchas historias que iluminaron aquella oscura y tétrica realidad. En esta ocasión, tuve claro la temática que protagonizaría esta entrada desde que vi la película de la Casa de la Esperanza.


Póster de la película: la Casa de la Esperanza

Hace unos años visité Polonia y, como no podía ser de otra manera, Varsovia. Qué pena no haber conocido lo que aconteció en el Zoo de la capital polaca, porque me hubiese encantado visitarlo y pasear, en primera persona, por las instalaciones que salvaron la vida de más de 300 personas. Una hazaña que no hubiese sido posible sin sus responsables: Jan Zabinski ―zoólogo, científico y director del Zoo― y Antonina Erdman ―escritora y esposa de Jan Zabinski―.


El matrimonio Zabinski cuidando a uno de los animales de su Zoo

Al conocer su historia quedé totalmente prendada de ellos, de su valentía, de su arrojo y de su responsabilidad. Y es que, a priori, al ser ciudadanos polacos, el matrimonio Zabinski podría haberse mantenido al margen del horror que supuso el Holocausto para sus vecinos judíos. Sin embargo, su calidad humana no les dejó optar por el camino “fácil”, el de mirar para otro lado, decidiendo asumir todas las posibles consecuencias y actuar.


La película que narra esta historia ―la ya citada Casa de la Esperanza― es la que me puso sobre la pista de lo que allí ocurrió. Cabe mencionar que este film merece mucho la pena, siendo bastante fiel ―teniendo en cuenta las peculiaridades propias del lenguaje cinematográfico― a lo que en aquel enigmático lugar sucedió en realidad. Sin embargo, y como sucede en la inmensa mayoría de ocasiones, la realidad supera la ficción y resulta infinitamente interesante conocer lo que de verdad llevaron a cabo los responsables de este Zoo durante la Segunda Guerra Mundial.


Jan Zabinski ―gran protagonista de esta historia― cumplía, en 1939, diez años como director del Zoo de Varsovia. Un décimo aniversario que pronto se teñiría de sangre con el estallido de la guerra. Y es que, justo al inicio de este conflicto bélico, Varsovia fue fuertemente bombardeada, alcanzando las instalaciones del Zoo y matando a la gran mayoría de los 1500 animales que en su recinto residían. Los que sobrevivieron a estos ataques tampoco es que corrieran con mejor suerte, ya que Jan ―bajo imposición del ejército nazi― se vió obligado a sacrificar a los depredadores que podían suponer un peligro para el resto de ciudadanos. Por su parte, en cuanto a los que no causaban ningún peligro, o bien eran trasladados por el ejército alemán a zoos alemanes, o bien eran asesinados sin piedad por los propios nazis.

 Este reguero de muertes marcó al matrimonio Zabinski, dedicados en cuerpo y alma a cada uno de los animales de los cuales, en su mayoría, habían visto morir delante de sus propios ojos sin poder hacer absolutamente nada.

Sin embargo, ni Jan ni Antonina sucumbieron a la total desolación que este panorama les dejaba. Pronto comenzaron a luchar por mantener abierto el Zoo, fuese como fuese. Finalmente, el señor Zabinski consiguió que se dedicara sus instalaciones a la cría de cerdos, los cuales se pondrían a disposición del Tercer Reich. Una nueva utilidad, la del antiguo Zoo, reconvertido entonces en granja porcina, la cual no duraría mucho, ya que poco después de su puesta en marcha es asolado por una epidemia y todos los cerdos mueren, pasando a utilizarse estas instalaciones como huerto.


A pesar de estas nuevas utilidades, por lo que de verdad quería el matrimonio Zabinski mantener abiertas las puertas del Zoo, costara lo que costara, era para mantenerlo como tapadera cuya verdadera utilidad sería la del contrabando de alimentos con sus amigos judíos, los cuales desde entonces se encontraban confinados en el gueto instaurado  en la capital.


La relación ―sobre todo de Jan― con el mundo judío viene de bastante tiempo atrás, cuando Zabinski desempeñó su servicio militar durante la Primera Guerra Mundial. A partir de entonces, el director del Zoo de Varsovia solia relacionarse con judíos, formando parte de su círculo de amistades más íntimo.


En 1940, el Zoo en primera instancia convertido en granja de cerdos, se puso en marcha. Para poder alimentar a sus porcinos, utilizaban las sobras que restaurantes y hospitales les cedían, entre ellos, los que se situaban en el gueto, una circunstancia que proporcionó a Jan y a sus operarios la libertad de entrar y salir de aquella ratonera como ellos deseasen. Pero pronto el Dr. Zabinski iría un paso más allá, y aprovecharía esta libertad para, a la vez que acudía al gueto a por deshechos, sacar a todas las personas que le fuese posible.


Imágenes reales del gueto de Varsovia

Este contrabando de personas fue cada vez a más. El modus operandi del matrimonio Zabinski era el siguiente: el engranaje cuyo objetivo era conseguir la libertad de aquellos condenados al horror más absoluto comenzaba, como no podía ser de otra manera, por sacar de aquel infierno a aquellos judíos que les fuese posible. “Los salvados”, posteriormente, pasarían a vivir escondidos en las instalaciones del Zoo durante el tiempo que tardara en estar lista la tramitación de la documentación falsaencargada de otorgarles una nueva identidad con la que, una vez en sus manos, serían realojados en diferentes refugios instaurados clandestinamente por la resistencia.


Para que tantos huéspedes pudiesen pasar desapercibidos, algunos erna tratados como familiares de los Zabinski. Otros, sin embargo, eran escondidos, sin remedio, en las mejores condiciones que sus anfitriones podían proporcionarles, en las jaulas vacías que los propios nazis habían dejado libres tras el asesinato de sus animales.


Imágen de los refugiados habitando una de las jaulas abandonadas del Zoo de Varsovia

Otro dato muy interesante que he podido conocer, es que a cada uno de los refugiados se les asignaba un nombre en clave relacionado con un animal. Con ellos podían referirse unos a otros sin levantar ningún tipo de sospecha.


Así, la casa familiar de los Zabinski, pasó a convertirse en uno de los enclaves más importantes de la conocida como: “Ciudad Secreta”, un término que hacía referencia a una comunidad encubierta en Varsovia, compuesta por todos aquellos polacos que decidieron jugarse la vida por ayudar a las personas que vivían confinadas en el gueto de la capital.


A pesar de lo heroica que resultaba ya esta actividad hasta ahora expuesta, Jan no se conformó, y luchó ―a pie de calle y con arma en la mano― en la resistencia polaca. Tal era su implicación, que el Dr. Zabinski fue herido durante el levantamiento del gueto de Varsovia en 1943 y trasladado a uno de los numerosos campos de prisioneros que proliferaban entonces en Alemania.


La suerte de Antonina fue diferente. Tras ser su marido arrestado, y ella creer que había fallecido, tanto Antonina como sus hijos fueron trasladados a Alemania. Sin embargo, la señora Zabisnki y sus hijos lograron escapar, refugiándose en una aldea donde permanecerían ahora ellos escondidos, hasta el final de la guerra.

En 1945, primero fue Antonina y sus hijos quienes volvieron a su Zoo, donde en octubre de 1945 se reunirían para su máxima felicidad con Jan. Una nueva vida, feliz, se dibujó por delante de la unidad familiar: volvieron a poner en marcha el Zoo, del que Jan volvería a ser director hasta 1951 y quien, además, comenzaría a trabajar como profesor y a escribir y divulgar la hazaña familiar durante la guerra.


Tal era la humildad y la calidad humana que caracterizaba al matrimonio, que no dudaron en afirmar en las múltiples entrevistas que realizaron que lo que ellos llevaron a cabo durante la Shoá: “no fue un acto de heroísmo, sólo una simple obligación humana”.


Hoy en día, no solo puede visitarse el Zoo de Varsovia, que sigue siendo el propio de la ciudad, sino también la casa Zabinski, de ahí mi deseo de haber podido conocer antes esta historia y poder así haber acudido a aquel mágico lugar. Me hubiese encantado poder pasear por sus pasillos y poder haber acariciado con las yemas de mis dedos el piano con el que la señora Zabinski alertaba a sus refugiados si existía algún peligro tocando la canción “Helena Hermosa” de Jacques Offenbach ―. Y es que, nada me hubiese gustado más que bajar a los rincones de los sótanos en los que se escondieron tantas y tantas personas soñando con su libertad, cuyos nombres todavía figuran dibujados por sus lúgubres paredes y donde aún permanecen intactos los estrechos túneles que los comunicaban con las diferentes jaulas de animales, las cuales actuaban como refugio, como ya he comentado a lo largo de este post.


Salón del matrimonio Zabinski, donde puede verse su famoso piano


Ojalá pronto pueda volver a la capital polaca y acercarme al distrito de Praga, concretamente a la calle Ratuszowa, donde pueden visitarse las 40 hectáreas que aún siguen en pie de aquel Zoo que abrió sus puertas allá por 1928 y que sobrevivió, no sin esfuerzo y sufrimiento, a la Segunda Guerra Mundial, a la destrucción total de la ciudad y a su posterior reconstrucción.


Y es que, siempre, cuando hablo de Varsovia, afirmo que es mi ciudad polaca favorita y eso que he visitado unas cuantas―. Y para mí es así porque considero a esta ciudad como a un ave Fénix, la cual resurgió de sus cenizas, literalmente, hasta convertirse en lo que es hoy en día, llegando a convertirse en Patrimonio de la Humanidad.


Foto propia paseando por Varsovia

Pero volviendo a mis protagonistas de hoy, la familia Zabinski, me gustaría apuntar que todos sus esfuerzos y su valentía se vieron recompensados cuando, en 1965, el matrimonio recibió el distintivo de Justos Entre las Naciones por Yad Vashem, el Museo del Holocausto en Jerusalén.


Esta historia, sin duda, invita la reflexión sobre cómo actuar o sobre como hubiésemos actuado en una situación tan extrema como fue aquella. Un acto heroico que devuelve la fé en la humanidad en una época en la que, como ya he apuntado en otros post, reinaba la deshumanización.


Por la familia Zabinski, sus más de 300 refugiados, y por los millones y millones de personas que no pudieron ser salvadas, mi pequeño homenaje va hoy para ellos. Porque mientras se cuenten sus historias nunca van a ser olvidadas. Y desde aquí, haré lo humildemente posible porque así sea.


Y hasta aquí esta entrada tan especial para mí del Diario de Ro. Nos vemos muy prontito con una nueva entrada. Muchas gracias por seguir ahí, justo al otro lado de la pantalla. Nos leemos pronto, seguro.


Pd: si quieréis saber un poquito más sobre esta preciosa historia, os dejo una serie de links en los que me he podido imbuir de las aventuras de la familia Zabinski. Os encantarán: