Empecé leyendo El mapa de los Anhelos, de Alice Kellen, como lo hago siempre que comienzo historias que sé que, de una manera u otra, van a ser especiales para mí. Mi ritual para estas ocasiones especiales es bastante simple, pero mágico, al menos para mí. Soy capaz de leer en cualquier sitio, pero en estas ocasiones lo hago siempre en mi cama, en calma. Eso sí, antes de acurrucarme con mi enorme nórdico morado y empezar a leer, me gusta encender mi guirnalda de pequeñas lucecitas cálidas en forma de estrellas, impregnar toda la habitación con el aroma a lavanda que desprende uno de mis inciensos y prender mi vela favorita. Cuando ya está todo preparado, solo entonces, comienza la aventura.
Ahora, acabo de terminarlo de una
manera totalmente diferente de lo que lo hago normalmente, dándome un baño. El
estar rodeada de agua morada, envuelta de nuevo por el especial aroma de
lavanda, ha sido, sencillamente, mágico. El color morado no solo es mi
favorito, sino que tiene un significado especial en este libro que tenéis que
descubrir.
De hecho, son demasiados los aspectos que nutren esta historia con los que me he sentido bastante identificada. Quizás, sea por eso por lo que me he ido animando, a medida que devoraba las páginas de esta novela, a ir confeccionado mi propio mapa de los anhelos. Y he decidido plasmarlo aquí, en una nueva página de todas aquellas que ya forman parte del diario de Ro. Y voy a hacerlo a través de las frases que más han significado para mí, leyéndome en ellas, poniéndole voz a todo aquello que se esconde en el interior de los recovecos de mi alma.
Lo primero que me une a Grace, la
protagonista de esta historia, es su pasión por la escritura. Porque como ella
misma afirma: “escribirse es la mejor
manera de conocerse. En el folio en blanco puedes dejar guardadas las palabras
que no te atreves a decir(te) en voz alta”.
Y que verdad. Siempre me he
desenvuelto mejor con las palabras escritas. Pero es tremendamente duro, a
veces, enfrentarse a la página en blanco frente a la que nos situamos quienes
escribimos, porque ahí, en ese pequeño espacio en el que solo cabemos nosotros
mismos y nuestras palabras, te vacías, pero te vacías de verdad, con una
sinceridad apabullante. Y eso, a veces, duele demasiado, porque das rienda
suelta, sí, a momentos inolvidables, felices y agradables, pero también a tus
sentimientos más oscuros, a tus miedos más despiadados y al dolor que, en el
día a día, nos empeñamos en opacar. Pero, a pesar de todo eso, escribir sana.
Precisamente por eso engancha, porque te hace sacar todo lo que guardamos para
liberarte. Y vaya sensación.
El
mapa de los anhelos
será para Grace su guía para encontrarse a sí misma. Ella, cuya vida se sustentaba únicamente para salvar la de su hermana, se queda totalmente perdida cuando Lucy,
sin remedio, muere. Y este mapa, juego que de manera póstuma le regala su
hermana fallecida, tenía como objetivo precisamente eso, que Grace se volviera
a encontrar…
“Trapisonda: «Agitación del mar a causa de pequeñas olas que se cruzan
en diversos sentidos». He llegado a la conclusión de que me encuentro justo
ahí. Y es agotador mantenerse a flote entre tantas sacudidas”. Justo así,
como se sintió entonces ella, me he sentido yo demasiado tiempo. Creo que
todos, en algún momento, y por las circunstancias más diversas, nos hemos
perdido alguna vez. Y yo me he llevado demasiado tiempo nadando a
contracorriente, intentando mantenerme a flote cada vez que una ola me
arrastraba, sin saber hacia qué dirección nadar para poder llegar a tierra
firme, haciéndome una y otra vez —de la misma manera que ella— la siguiente
pregunta: “¿Y si soy una intrusa dentro
de mi propia vida?”. Deseando continuamente “saber cuál es la dirección correcta y tomarla sin volver nunca más la
vista atrás”.
El
mapa de los anhelos
sacó a Grace de ese letargo. A mí me recordó todo lo que he trabajado yo misma para
salir de él. Gracias a este juego, la protagonista fue capaz de retomar una de
sus pasiones, patinar. Además, también le dió el empujón que a esta le faltaba
para atreverse, por ejemplo, a conducir.
Mi mapa de los anhelos particular
no fue un juego. De hecho, no puedo decir que fue lo que me hizo despertar… “Es casi imposible predecir esos momentos
decisivos que marcan un antes y un después, y también ser consciente de que
estás viviendo uno de ellos justo cuando ocurre”. Ojalá pudiésemos ser
conscientes del momento preciso en el que estamos viviendo un momento
trascendental en nuestra vida, quizás los aprovecharíamos más, pero esa es
precisamente lo que los hace tan especiales, que no somos conscientes de ellos
hasta que suceden.
El caso es que, como ella,
desperté. Volví a retomar una de mis pasiones, escribir. Y me dio la fuerza
para hacer cosas que, hasta hace bien poco, no me atrevía, como viajar sola a
países cuyo idioma es todo un hándicap para mí, o irme a vivir a otra ciudad,
lejos de todo lo que, hasta entonces, consideraba mi hogar.
Ahora, tras todos los pequeños
avances que he ido conquistando… “me noto
distinta al mirarme al espejo. Todavía me siento llena de grietas, pero en
lugar de verlas como vacío insondable, empiezo a pensar que quizá ahí dentro
pueda crecer algo en un futuro no muy lejano”.
Y es que, he comprendido, tras
mucho pelear, “que madurar no es saber de
pronto a qué quieres dedicarte el resto de tu vida ni que te concedan una
hipoteca para comprarte un apartamento. Madurar es dejar de vivir hacia fuera y
empezar a vivir hacia dentro. Cuando te das cuenta que eres un ser humano
irrepetible y adquieres una conciencia profunda de tu propia existencia”.
Pensándolo bien, si tuviese que señalar
el que fue mi punto inflexión, que hizo saltar en mil pedazos mi alma, fue el
darme cuenta de que la vida, que se supone que debía llevar, no era la que
quería, ni mucho menos la que ya me hacía feliz.
Desde pequeños, todo lo que nos
envuelve, nos empuja a caminar hacia un objetivo claro: estudiar, tener un
trabajo que te permita vivir de manera cómoda, tener tu pareja, casarte y tener
hijos. Solo así —llegamos a creer— tendremos una vida plena y feliz.
¿Qué pasa cuando te das cuenta que
esa vida no es la que tú quieres? Pues que tu realidad salta por los aires. Yo
tenía una vida tranquila, donde estaba consiguiendo todos los objetivos que se
supone que se deben de ir alcanzando para obtener la tan ansiada felicidad. Y
así lo creía, hasta que me di de bruces con la realidad y comencé a sentir que,
oh sorpresa, no era feliz. Un día, no más especial que cualquier otro, tuve “la sensación de que estaba caminando de
puntillas, pero ¿cuánto tiempo puede alguien soportar hacerlo sin que los
talones toquen el suelo?”.
Y vaya si los míos lo tocaron. Fue
poner mis talones en el suelo y explotar mi realidad en mil pedazos. De la
misma manera que a Grace, me cuesta, a veces, tomar decisiones, pero de nuevo,
como ella, cuando la tomo no hay marcha atrás. Y estaba decidida a cambiar por
completo mi vida, no había atisbo de duda, me costara lo que me costara.
Lo que no me imaginaba era que
todos los cambios que vinieron, uno tras otro, iban a ser tan difíciles de
gestionar, destrozando, de un plumazo, todas y cada una de las convicciones que
tenía hasta el momento, llegando incluso a no saber si quiera quién era. Ahora,
tras todo lo aprendido y tras todo lo que sé estoy convencida de “que tenemos una imagen distorsionada de lo
que somos porque, en realidad, cambiamos un poco cada día. (…) ¿Cuántas veces pensamos que nos gusta algo
tan solo porque durante años ha sido así? O, al contrario, nos negamos a volver
a probar cosas que descartamos hace una eternidad cuando nosotros ya no somos
los mismos y la persona que tomó esas decisiones tan solo vive en el pasado,
como las estrellas que vemos cada día. (…) Parar y valorar tu mundo no es
fácil. ¿Tienes los mismos intereses que hace cinco años? ¿Te preocupan las mismas
cosas? ¿Qué es lo que te define ahora, no hace un año, ni ayer?”.
Siempre me ha obsesionado hacerme
preguntas, pero aún más lo ha hecho encontrar, para ellas, todas las
respuestas, y el darme cuenta de que, en aquel momento, no es que no me
valieran las respuestas que creía tener claras, que es que las preguntas no
eran las que necesitaba, sencillamente me desestabilizó.
No somos seres estáticos, estamos
en constante cambio, lo que ayer éramos dista mucho de en lo que nos estamos
convirtiendo hoy, y lo que nos gustaba ayer puede que ya haya quedado obsoleto,
pirrándonos por cosas inimaginables hasta hace siquiera un segundo. Pero
gestionar eso y naturalizarlo, como le pasa a Grace, no resulta nada sencillo,
ocasionando una guerra interior contigo misma que, quienes han pasado por ella,
entenderán lo que supone… “¿Alguna vez
has deseado poner en pausa tu mente? Solo unos instantes de calma antes de
retomar el hilo de lo que sea que tuvieses dentro. A veces me canso de mí
misma. Me canso de mi cabeza. Me canso de darle vueltas a todo y de imaginar
cosas y vivir dentro de un laberinto infinito lleno de ideas enredadas del que
no sé salir”.
Pero al final se sale, y más si
tienes la suerte de dar con personas que te ayudan a volver a ser tú. O, mejor
dicho, a conseguir llegar a ser una nueva versión de ti, actualizada, más
madura, más sincera, más de verdad… “A
veces necesitamos que alguien destroce el nido en el que nos hemos acomodado
para obligarnos a construir ramita a ramita otro que sea mejor”. Y yo, de
manera similar a la protagonista, en aquel momento, tuve esa suerte.
A partir de entonces, sólo queda
pelear. Pelear contra los convencionalismos, que a veces tanto daño hace; a
luchar, de manera incesante por construir los cimientos de la persona que, de
verdad, quieres ser. Grace no deja de trabajar en ello, y yo tampoco lo hago.
“La
vida está llena de puntos y aparte”, como
bien afirma la protagonista de esta novela, y otro al que ella decidió enfrentarse,
y que, sin duda, le cambió la vida, fue viajar. Ahí volvemos a coincidir. Yo
también me embarque en un viaje, bastante más humilde que el de la
protagonista. Y es que, para mí, como para Grace “viajar es ideal para conocerme lejos de casa, para verme en el reflejo
de otras aguas y contemplar mi hogar desde una perspectiva distinta, más
abierta, cuando decida que me apetece regresar”.
Y ya no solo viajar, también el
vivir lejos de casa te hace verlo todo desde otra perspectiva totalmente
diferente. Te permite alejarte para poder observarlo todo con la perspectiva
del tiempo y de la distancia. Y quizás, gracias a ser capaz de irnos y gracias
a echar de menos todo lo que, hasta entonces nos resultaba de lo más familiar “el volver a los lugares donde hemos sido
felices es lo único que se necesita para que los puntos de sutura permanezcan
inmóviles sobre las heridas abiertas”. Porque viajar, o vivir fuera de casa,
te regala precisamente eso: “la nostalgia
de lo que has dejado atrás, apreciar lo propio de forma diferente”.
Y ahí es, precisamente, donde acaba El mapa de los anhelos. En esa convicción de que hay que despertar y vivir, por mucho que cueste, por muchas grietas que llevemos con nosotros, pero seguir, siempre seguir, buscando realmente lo que nos hace felices, olvidándonos —por mucho que cueste— de lo que se supone que deberíamos alcanzar, peleando solo por lo que anhelemos alcanzar. Y en ese punto es en el que queda Grace cuando llegamos al final de su historia, y también en el que ahora me encuentro yo. Y es que, “a veces, la vida se le enreda a uno de tal manera que parece imposible encontrar el principio y el final del hilo. Lo sé mejor que nadie. Sigo sintiéndome hecha un lio la mayor parte del tiempo, lo que ocurre es que le estoy pillando el punto a esto de observar mis propios nudos e intentar deshacerlos con un poco de maña y paciencia, pero sin prisa, paso a paso”.
Ya, ni a ella ni a mí, nos
obsesiona el quiénes éramos, ni porque aquellas mujeres son tan diferentes de
las que ahora somos, simplemente porque, como bien vuelve a explicar, somos: “el resultado de todo lo que nos ha sucedido,
lo ganado y lo perdido, pero también de las cosas que no hemos vivido. Así que
no podemos saber quién seremos mañana, pasado o dentro de un año. Pero tenemos
el presentimiento de que, sea lo que sea que decidamos hacer, lo haremos apasionadamente.
Hemos decidido que, si vamos a llorar, lloraremos hasta desahogarnos; si reímos,
que sea hasta que nos duela la tripa; y que, si amamos, pensamos hacerlo
apostando todo a un número y con el corazón abierto”.
Lo cierto es que no sé qué quiero
ser de (más) mayor, ya no me obsesiona que quiero hacer en un futuro con mi
vida. Grace, El mapa de los anhelos y, por supuesto, Alice, han reafirmado mi
convicción de que ahora, lo único en lo que focalizo mis días es en lo que hoy
me haga feliz, en lo que me hace crecer a diario, en lo que me mueve y en
aquello que me eriza la piel solo de pensarlo. Y si puedo pensarlo, puedo
hacerlo, dando igual todo lo que venga, lo difícil que pueda ponerse la
situación, o lo que sangren aún ciertas heridas, porque voy, pase lo que pase,
y cueste lo que cueste “Voy a estar bien,
porque siempre voy a estar conmigo”.
Pero, si hay algo que me conmovió
especialmente de esta historia es como escenifica la autora la lucha contra el
dolor que produce la muerte de un familiar cercano. Tengo que confesar que me
he emocionado, y mucho, con la madre de Grace y Lucy. Aunque si algo me llegó
al corazón, fue lo devastada que se quedó Grace tras la ausencia de su hermana.
No tengo hermanos de sangre, pero puedo hacerme una idea de lo que puede doler,
porque yo ni si quiera puedo imaginarme perder a la que, para mí, a todos los
efectos, es mi hermana.
Sin vida. Así es como se sintió Grace
cuando Lucy la dejó. Muerta en vida, sin poder evitar recordarla incluso en los
momentos más insignificantes de su día a día… “Los detalles insignificantes en apariencia. (…) Lucy y yo no nos
parecíamos en nada, aunque éramos iguales. Para mí tiene sentido, siempre lo
tuvo. Lo que quiero decir es que estábamos compenetradas; echo mucho de menos
hablar con ella porque teníamos grandes conversaciones y, seamos sinceros, hay
pocas cosas en la vida más difíciles que encontrar a otro ser humano con el que
puedas hablar y hablar durante horas sin aburrirte ni sentir que estás
perdiendo el tiempo. Y me encantaba ver películas con ella porque siempre las
diseccionábamos, tanto para bien como para mal. (…) La mayoría de la gente odia
eso porque solo quieren llegar al final de la cinta, como si la meta importase
más que el camino”.
Y es que, encontrar una persona con
la que conectes de verdad, con quien puedas ser tú, en todas tus dimensiones,
por oscuras que sean, y que, sobre todo, te lea, pero de verdad, creedme, es
una suerte que pasa poquísimas veces en la vida. Por no hablar ya de cuando
consigues entenderte con alguien solo con una simple mirada. Eso, simplemente,
es magia: “una mirada puede significarlo
todo. Las palabras son efímeras, los gestos pueden ser teatrales, pero los
ojos… los ojos no mienten. Una mirada puede ser demoledora y dejarte ver en
apenas un instante lo que alguien esconde en lo más profundo de su corazón”.
Y perder algo así... de ahí sí que no sé si se sale.
Y hasta aquí mi particular mapa de los anhelos, recorrido de la
mano del de Grace. Un personaje de esos que, tras leerlos, se hacen un huequito
en el fondo del corazón.
Pero como a mí, al igual que a
ella, “nunca me han gustado los finales,
porque siempre pienso qué pasará después”, no pienso despedirme esta vez.
Esto es un hasta (muy) pronto… Hasta que, de nuevo, vuelva a alborotar las
páginas de este diario.
Gracias, gracias y mil gracias por
estar ahí, justo al otro lado de la pantalla. Y recordar: “Somos tiempo. Huesos, carne y tiempo. Y todo lo demás es solo el
atrezo de esta obra de teatro llamada vida”.
Así que, vivamos. Vivamos hasta
quemarnos.
Y que suceda lo que tenga que
suceder.