Dita Kraus. La Bibliotecaria de Auschwitz.

Dita Kraus. La Bibliotecaria de Auschwitz.


"Habrá quien no comparta esa fascinación por que algunas personas se jugaran la vida para mantener abierta una escuela secreta y una biblioteca clandestina en Auschwitz-Birkenau. Incluso habrá quien piense que es un acto de valentía inútil en un campo de exterminio, cuando hay otras preocupaciones más perentorias: los libros no curan las enfermedades ni pueden utilizarse como armas para doblegar a un ejército de verdugos, no llenan el estómago ni quitan la sed.  Y es cierto: la cultura no es necesaria para la supervivencia del hombre, únicamente lo es el pan y el agua. Es verdad que con el pan para comer y el agua para beber sobrevive el hombre, pero sólo con eso muere la humanidad entera. Si el hombre no se emociona con la belleza, si no cierra los ojos y pone en marcha los mecanismos de la imaginación, si no es capaz de hacerse preguntas y vislumbrar los límites de su ignorancia, es hombre o es mujer, pero no una es persona”.

Con esta cita que no puede parecerme más acertada— comienzo una nueva entrada del “diario de Ro”. Dedicada, esta vez, a una de las mujeres más valientes que he conocido gracias a la literatura, Dita Kraus.


Al comenzar a leer “la Bibliotecaria de Auschwitz”, no podía esperarme la de instantes inolvidables que iba a vivir sumida entre sus páginas. Mi lectura comenzó motivada por encontrar en su interior material que me fuese de utilidad para mi futuro TFG que —como no podía ser de otra manera— irá sobre un tema muy concreto relacionado con los campos de concentración y de exterminio.


Y la encontré, de hecho, gracias a esta obra, tengo material de sobra para empezar a investigar. Sin embargo, con lo que no contaba, era con que su protagonista me hiciese pasar por todo tipo de emociones, colándose —para siempre— en un rinconcito de mi corazón


Con Ditinka he llorado, he reído, me he enamorado, he sentido miedo, rabia, desesperación y también esperanza. Pero, sobre todo, he compartido con ella la fascinación y la confianza que esta nunca perdió por los libros. Un sentimiento  —el de Dita por los libros—, que se manifiesta durante toda la obra con citas como la siguientes:


“En ese lugar tan oscuro, donde la humanidad había llegado a alcanzar su propia sombra, la presencia de los libros era un vestigio de tiempos menos lúgubres, más benignos, cuando las palabras sonaban más fuertes que las ametralladoras.


(…) Poco a poco, Dita fue dándose cuenta de que los libros (…) eran un signo de la vida sin alambradas ni miedo. Que incluso los que nunca quisieron abrir un libro más que a regañadientes reconocen ahora en ese objeto de pasta de papel a un aliado. (…) Manejar libros los acerca un poco más a la normalidad, y ése es el sueño de todos”.


Por todo ello, y por la admiración que “la Bibliotecaria de Auschwitz” me ha hecho sentir por su protagonista, he decidido realizar este híbrido entre reseña y exaltación de la figura de una mujer que, sin duda, reasigna, a la palabra valentía, su significado…


“Por eso eres valiente Dita. Los valientes no son los que no tienen miedo. Ésos son los temerarios, los que ignoran el riesgo y se ponen en peligro sin ser conscientes de las consecuencias. Alguien que no es consciente del peligro puede poner en riesgo a cualquiera que esté a su lado. Ése es el tipo de gente que no quiero en mi equipo. A quien necesito es a los que tiemblan, pero no ceden, los que son conscientes de lo que arriesgan y aun así siguen adelante”.


Voy a comenzar mi exposición siguiendo el orden narrativo que sigue esta novela—basada en hechos reales, comenzando con la contextualización de la misma —donde hablaré brevemente de su autor—  para, posteriormente, comenzar a desgranar esta conmovedora historia de superación.


La Bibliotecaria de Auschwitz” es un libro escrito por el periodista, profesor y escritor zaragozano, Antonio G. Iturbea quién podéis ver en la foto de la izquierda.


 A lo largo de sus 505 páginas, Iturbe — tras una magnifica documentación—  nos introduce en el mundo de la Segunda Guerra Mundial vista tras los ojos de la pequeña Dita.


Desde el preciso momento en el que el lector deja atrás la portada y comienza a leer nota, a la perfección, la devoción que su autor siente por su protagonista, a la que logró conocer y con quien ha conseguido forjar una bonita y duradera amistad.


Porque sí, spoiler, Dita sobrevivió a los diferentes campos de concentración y exterminio en los que estuvo recluida y aún hoy vive.


A sus 92 años, Kraus sigue poniendo voz al horror al que ella, y tantos millones de personas, estuvieron sometidos durante tantos años.


Dita Kraus en una de sus numerosas conferencias


Se puede decir que, ahora, ella se ha convertido en lo que Antonio G.Iturbe define en esta misma novela como “libros vivientes”. Un testigo vivo de las historias que sucedieron entre las electrificadas alambradas del infierno en la tierra, llamado Auschwitz-Birkenau.


Un testimonio directo que bien puede atestiguar las vivencias de tantas y tantas personas que se vieron obligadas a sobrevivir conviviendo con el terror más absoluto. Pero bueno, comencemos por partes.


Dita junto a sus padres, Elisabeth y Hans Polach. 


La vida de Dita Kraus cambió radicalmente en 1939, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. A partir de ese momento, tanto ella, como toda su familia —afincada por aquel entonces en Praga—, se vieron sometidos a un sinfín de humillaciones, persecuciones y reclusiones que desembocaron en su confinamiento en el temido campo de concentración y exterminio de Auschwitz- Birkenau. Un calvario que llegaría en diciembre de 1943.


Sin embargo, para Dita, esta situación no le fue del todo novedosa, ya que — anteriormente—  había pasado por Terezín —mientras estaba todavía en territorio checo—  pero sí que, sin duda, su definitiva ubicación superaría todas sus expectativas y todo lo experimentado anteriormente, para peor claro.


Nada más llegar al campo —y tras pasar la funesta selección realizada por el doctor Mengele a pie de vías— fue despojada de todas sus pertenencias, rapada y tatuada. Ahora sí estaba lista para formar parte del triste engranaje de Auschwitz. Ya no era Dita, a partir de entonces, para los alemanes, solo sería la presa 73305.



La joven Dita, a pesar de que los nazis se empeñaran en quitárselo todo, lo que —a buen seguro—  no le iban a arrancar, eran sus ganas de vivir. Unas ganas y un empuje que le llevaron pronto a buscarse una ocupación —la cual os descubriré un poco más adelante—que le ayudara a sobrellevar los eternos días que tenía por delante, porque como en el propio libro se explica: “en Auschwitz el tiempo no corre, se arrastra. Gira a una velocidad infinitamente más lenta que en el resto del mundo”.   


Nuestra protagonista fue “instalada” en el campo familiar BIIb, dentro del cual se fundó, resguardada tras las paredes del barracón 31, una pequeña escuela —clandestina por supuesto— liderada por el profesor Fredy Hirsch.


Este hombre, de gran relevancia también en libro —y en la historia—, estaba totalmente convencido de que la escuela en general, y los libros en particular, salvarían, no solo a los niños, sino a todo aquel que quisiera acudir allí a modo de refugio del horror que los rodeaba.


El bloque 31 era real. Este colegio clandestino contaba con ocho libros físicos y media docenas de libros vivos encerrados en las almas de aquellos que se erigían como profesores y quienes, a viva voz, contaban las historias que tenían memorizadas, salvando la vida de tantas personas como quisieran escucharlas.


Enseguida que Dita comenzó a acudir a este bloque lo tuvo claro, sería la bibliotecaria que guardaría —con su vida— los libros físicos que debería prestar a quienes lo solicitaran. Para ello, pidió a otra interna que le cosiera fuertes bolsillos en el interior de su ropa, para así poder trasportarlos sin ser descubierta ya que si eso pasaba sería —sin atisbo de dudas—castigada con la muerte.


A lo largo de la novela presenciaremos —atención SPOILER— la muerte del padre de Dita, las fugas de varios internos —algunas con finales más felices que otras—, seremos testigos de la cruenta realidad que los presos de Auschwitz-Birkenau sufrieron durante tanto tiempo, conoceremos a figuras tan detestables como la del doctor Mengele, viviremos historias de amor, de amistad, de superación y, sobre todo, de supervivencia.


Una montaña rusa que terminaremos —de la mano de sus protagonistas— en el campo de Bergen-Belsen, donde acabarían siendo trasladada Dita, y su madre. El último escenario  que ambas compartirían siendo testigos de la posterior liberación del campo tras la derrota alemana una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial.


Fue muy emocionante —justo en ese punto de la historia— el momento en que el autor recuerda a las hermanas Frank, Anne y Margot, ambas fallecidas en Bergen-Belsen a causa del tifus.


Quizás este fuese de los instantes en los que más me emocioné —seguramente por lo que también supone para mí Anne Frank—, seguido muy de cerca por el momento en el que fallece la madre de Dita, poco después de la liberación del campo. Si hubiese podido susurrarle al oído que aguantara un poco más, creedme, lo hubiese hecho. Pero su cuerpo no pudo aguantar más, dejando a Dita huérfana a la vez que alcanzaba su libertad.


Dita pidiendo un cigarrillo a un soldado británico tras la liberación de Bergen-Belsen


Avanzando un poco más en la historia, otro aspecto que resalta este libro, y al que la propia Dita se tuvo que enfrentar, es qué habría después de la liberación. Porque, a menudo, podemos caer en el pensamiento simplista —yo la primera— de: “ya ha acabado todo, ya son libres, cada uno podrá por fin volver a su vida”. Pero la realidad era otra muy diferente y mucho más dura… ¿A qué vida?


Durante el tiempo que cada uno había estado recluido se habían quedado sin trabajo, sin casa, sin enseres y, la mayoría, sin familia. ¿Dónde acudir una vez fuera de estos campos? Debiendo tener en cuenta, para más inri,  el estado en que la mayoría de ellos salía, totalmente destrozados física y psicológicamente.  


Un panorama desolador al que Dita debía enfrentarse, además, soportando la reciente pérdida de su madre. Un camino que se vería allanado con la ayuda del que, posteriormente, sería su marido Otto Kraus y por la ayuda de su fiel amiga Margit. Todo cambiaba en el horizonte si alguien te esperaba al otro lado.


Una persona que te espera en alguna parte es esa cerilla que se enciende en un campo por la noche. Quizá no pueda iluminar toda la oscuridad, pero te muestra el camino para volver a casa”.


Dita pudo irse a vivir junto a Margit y su padre en Teplice, un pueblecito cerca de Praga. Allí vivió su juventud mientras la visitaba Otto Kraus. Otto fue profesor también en el famoso bloque 31. Y aunque si bien, durante el tiempo que allí coincidieron juntos no tuvieron en exceso relación, una vez de vuelta a Praga se reencontraron y ya nada pudo separarlos, excepto la muerte de Otto en 2002. Ambos disfrutaron de una vida juntos en Israel de la cual nacieron tres hijos y cuatro nietos.


En la actualidad Dita sigue reivindicando su historia. Según cuenta Antonio G. Iturbe en el propio libro, Kraus sigue teniendo ese espíritu rebelde, aventurero e incansable que la caracterizaba de pequeña. Y mira que ha tenido que enfrentarse, de cara, a las tragedias más inimaginables, superándolas todas, incluso hace un año al COVID 19. Una fuerza, la de esta valiente, difícil de explicar, incluso por ella misma:


“La gente me pregunta de dónde saco la fuerza para soportar todo el dolor y todas las tragedias de mi vida. No creo en Dios, nunca he rezado, pero, ¿Qué podía hacer? Solo continuar”.


Dita junto al libro "la Bibliotecaria de Auschwitz"


Por testimonios como el de Dita, por historias como las que ella vivió, vale la pena leer estos libros. Porque todos ellos son pequeñas ventanas que te permiten asomarte a las tristes vivencias a las que tantas personas fueron condenadas a vivir. Y que nosotros, desde nuestra comodidad, lo único que podemos hacer por ellos es recordarlos… Recordarlos y no permitir que sus voces caigan en el olvido. Porque los supervivientes están falleciendo —la edad, tristemente, no perdona— pero su legado seguirá vivo mientras los demás lo recordemos.


Y hay que recordar, y sobre todo conocerlos, para así, intentar que este horror no se vuelva a repetir. Y visto como se está poniendo la situación actualmente, debemos tener más cuidado que nunca.


Gracias Dita, por enseñarme lo que es, realmente la valentía. Y gracias Antonio G. Iturbe, por enseñármela a ella.


Espero haber podido trasmitiros todo lo que he sentido yo misma durante el tiempo en que me he puesto en la piel de Dita. Ojalá os haya despertado la curiosidad y decidáis embarcaros en la aventura de "la Bibliotecaria de Auschwitz", porque, sin duda, no os dejará indiferentes. 


Gracias infinitas por estar ahí, justo al otro lado de la pantalla. Os espero muy prontito para seguir buceando entre las páginas de "el diario de Ro". 

 

*La bibliografía de "la Bibliotecaria de Auschwitz" es la siguiente:

-G. Iturbe, A. (2012). La Bibliotecaria de Auschwitz. Planeta.


*Bibliografía de las fotos que aparecen en este post:

-Imagen 1: fotografía obtenida de XL Semanal.

-Imagen 2: fotografía obtenida de la web de la Casa del Libro.

-Imagen 3: fotografía obtenida del periódico ABC.

-Imagen 4: fotografía obtenida de Nexus Special.

-Imagen 5: fotografía obtenida de El País.

-Imagen 6: fotografía obtenida de El País.

-Imagen 7: fotografía obtenida de El País.